POR AMOR A LA IGLESIA TRABAJAMOS PARA ELLA



Venimos por amor a la Iglesia y por amor a la Iglesia trabajamos por y para ella. No necesitamos éxitos, no necesitamos cambios, no necesitamos nada distinto a esta visión de ella que Dios nos da y el cálido sentimiento de su llamado. Mañana tras mañana despierta mi oído para escuchar como los discípulos (Is 50, 4). 

A nosotros nos corresponde la disponibilidad, el esfuerzo, la entrega. A Dios, el éxito o fracaso de nuestra empresa que lo que al guerrero lo forma, lo llena y lo construye no es el éxito sino la lucha. Al fin de cuentas que nuestra meta no está en este mundo. 

Lo que vemos está plasmado en tantos escritos anteriores. Lo que proclamamos está escrito en la Biblia, en los pensamientos de los Padres de la Iglesia, en los documentos de los Concilios y de los Papas. Nosotros solo proponemos poner por obra “en espíritu y en verdad” lo que las palabras nos dicen. ¿Las palabras? Quizás sea más que las palabras, quizás sea La Palabra, el Verbo eterno de Dios quien habla en la escritura y en su cuerpo, la Iglesia, aún si sus miembros lo olvidan, lo dejan relegada al desván de sus recuerdos, a la indiferencia o al temor del encuentro. Ah, que terrible cosa es (o será) para algunos encontrarse con el Dios vivo (HB 10, 31).  ¡Qué inmensa y terrible sorpresa! 

Señor, hoy nosotros te decimos y te queremos decir sí. Como Jeremías, “nos has seducido y nos dejamos seducir, nos has agarrado y nos has podido” (Jer 20, 7) y ya no podemos callar pues tú eres la verdadera fuerza de nuestro corazón, el fuego que arde dentro de nosotros y que es imposible apagar, tu eres nuestra obsesión. Entonces te decimos sí sin restricciones y sin condiciones, sí a pesar de nuestra pequeñez y fragilidad, sí a pesar de lo oscuros que son a veces nuestros días, sí, porque es obvio que nuestra única verdadera y sola alegria es hacer la tu voluntad. 

Por eso luchamos por la Renovación de la Iglesia. Por eso no nos afectan los rechazos, ni las puertas cerradas, ni las mentiras o los engaños o las indiferencias o los ataques con que se nos recibe tantas veces, casi todas las veces. Es que no buscamos lo nuestro, buscamos lo de Dios, buscamos lo de Jesús y nuestra alegria está en gastar nuestra vida a su servicio. Solo nos preocupa que nuestra visión no sea la de nuestro Dios, que nuestra visión no sea verdadera. A eso es a lo que debemos temer. 

Dios, siempre Dios, más Dios. 

Lo demás es solo absurdo, abandono… muerte.

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