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Mostrando entradas de junio, 2020

La Gente Decente

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Decir las cosas comunes, halagarlos a todos, no contradecir a nadie, pretender que todo está bien, el evangelio del statu quo. ¿Que más nos pueden pedir? Somos sumisos, nos hemos sometido, hacemos la tarea. Y que el mundo siga su oscuro curso protegido por la bajeza de quienes no quieren saber entregados a sus pequeñas perversiones cotidianas, a sus engaños y mentiras de gente decente. Ver, verse a sí mismos seguramente los destruiría. O por lo menos destruiría su mundo. ¡El horror! ¡El horror! Pero el más grande horror quizás no es otro que nuestras bondades, nuestras mezquinas generosidades y nuestras buenas intenciones que siempre guardan lo mejor para nosotros mismos. No tengas miedo de hablar. Te crucificarán, si, pero te crucificarán por lo que eres, por lo que llevas dentro y por lo que no quieres ver y claro, por ser un traidor a tu raza, por abandonar la hipocresía, por dejar de esconderte y de esconder los engaños y mentiras que forman tu vida, por quitarte el dis

El Hombre y su Destino

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¿Pero en realidad tal cosa existe? ¿El destino del hombre? El hombre que se proclama libre camina hombro a hombro con aquellos a quienes proclama esclavos; caminan todos hacia la muerte. O tal vez, debería decir, eludiendo la muerte sin darse cuenta de que es precisamente allí, en la muerte, donde se encuentra su propio destino y las respuestas que busca. Si la vida fuera un sueño, ¿la muerte sería el despertar? ¿Un sueño o una pesadilla? Y sin embargo nos aferramos a esta vida como si fuera lo único que tenemos. Esta vida que se va convirtiendo poco a poco en pesadilla. ¿O qué es lo que vemos en la cara de los viejos aferrados a un cuerpo que se cae a pedazos, un mundo que hace tiempo desapareció, arrinconados, incapaces de avanzar hacia la muerte, lo único que les queda? ¿Aterrados de tener que despertar? Ah, pero no es tan fácil. La muerte no es el sueño eterno. Es el eterno despertar. Es el encuentro con el destino.

La Máscara

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Pienso en este mundo que nos rodea y, no sé, quizás los años me han vuelto insomne e incrédulo. Quizás así, por no dormir, he dejado de creer en las apariencias de las cosas. Sí, he dejado de creer en los hombres y en el mundo, Y al dejar de creer en los hombres he dejado de creer en sus mentiras. Ahora puedo ver lo que llevan dentro, escondido tras sus máscaras y puedo ver sus máscaras y, después de un rato, puedo aún ver lo que fingen sus sonrisas y sus palabras melosas. Es una experiencia quizás pavorosa, cierto, y no se bien para que sirve. Es asomarse al mundo que se esconde detrás del lugar donde todos esconden lo que son, una especie de cementerio de elefantes donde tiran todo aquello que creen que ya no les sirve sin darse cuenta de que no es otra cosa que su propia realidad, su propio ser, niños abandonados de miedo y de dolor, perdidos en la necesidad de fingirse grandes y seguros, atrapados por el mundo que los consume. Para quien mira no es difícil ver sus demonios

¿Apocalipsis ahora?

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El virus, Floyd y Minneapolis, Epstein y la red de prostitución infantil, los avispones asesinos que se comen a las abejas y ya viajan lejos, los archivos desclasificados de la CIA mostrando imágenes de OVNIS, Anonymus, Matarife,   fronteras cerradas, negocios de todos los tamaños quebrados, las bolsas en el piso. Incertidumbre, sofoco, tensión, hambre, rabia. Vemos las redes inundadas de memes como válvula de olla pitadora que ya no sube, de risas nerviosas, de párpados caídos. Y en muchos, incluso los más escépticos, surge la pregunta: ¿Es éste el “Apocalipsis”?   Pienso que sí, pero no así. Miremos. Imagino que, por lecturas borrosas, acomodaticias y sobre todo ausentes de fe, de esas que bailan tan de cerca con el poder, ha llegado a nosotros hoy la noción de que el Apocalipsis es el fin de los tiempos.   El sentido original de la palabra Apocalipsis es “revelación”. Algo que se nos destapa, que se nos descubre, a lo que alguien le quita el manto.    Es como si estuviér