Carta a los Hijos

Es difícil expresar mi amor por ustedes; a veces las palabras y los gestos se quedan engarzados y no encuentran camino; a veces nuestros errores parecen derrotarnos y nos silencian; a veces no encontramos otra forma de expresar el afecto que dar cosas o dinero... Pero sé que es insuficiente. Nada reemplaza un abrazo a tiempo, una palabra oportuna, un gesto; es muy difícil sanar un grito, un golpe, un abandono...

Hay tanto que dar, tanto que decir: ¿Por qué abrirse camino a solas? ¿Por qué creer a quien no sabe, no conoce, no tiene experiencia? ¿Por qué correr tras ideas de moda y basar la vida en ellas? ¿De dónde sacamos los principios que guían nuestra vida? ¿Por qué no apoyarse en quienes han vivido más, en quienes han buscado, examinado, aprendido por años? ¿Por qué no escuchar a quienes quieren nuestro bien sin interés a diferencia de los aparentes amigos que  cruzan nuestras vidas y que al final solo nos usan y nos dejan atrás?

Para escoger caminos sería importante mirar la vida de nuestros mayores. Mirar como pensaban y a dónde los llevaron sus pensamientos; como fue su vida, como es vida actual... o como fue su muerte.
Es deber y derecho de los hijos escoger sus ideas y creencias en libertad y sin coacción... y llegar tan lejos como su corazón los lleve. Es deber y derecho de los padres orientar y guiar el desarrollo de los hijos en la búsqueda del bien, prevenir y advertir sobre la presencia de ideas erradas que conduzcan al mal o a la infelicidad.

Me esfuerzo por ustedes porque a pesar de que van creciendo (la mayoría son adultos) y tienen el derecho y el deber de escoger sus propias vida, ideas y creencias, y mi deber y mi derecho como padre es guiarlos y orientarlos.
Tener hijos no tiene sentido si uno vive para el mundo. Los hijos son supremamente exigentes de principio a fin. Por eso la verdadera razón de todos ustedes (sea que les parezca bien o no) fue y es seguir a Cristo en esta tierra y así llegar juntos al paraíso.

El resto es fracaso.

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