EL CAMINO DE LA HIPOCRESÍA O UN DIOS DE BOLSILLO



Tiende a ocurrir que a medida que pasa el tiempo y los años sentimos la muerte cada vez más cerca. Es lógico, aunque, claro, dirán ustedes que para morirse no se necesita ser viejo. Es obvio también, pero no me refiero a eso. Me refiero a la sensación. Y esa sensación, esa inseguridad interior afecta a las personas. Es una especie de… necesidad de “seguro de vida ante la muerte”. Por eso las Iglesias se llenan de gente vieja sin importar si durante su vida fueron sido religiosos o no. Otros no van a la iglesia pero también buscan seguridad. Las ideas cambian. Si han sido ateos durante toda la vida empiezan a ceder terreno en sus ideas… mas no en sus vidas. 

Así encontramos dos posibilidades para quien se quiere proteger de la muerte que se le acerca. La primera es acercarse a Dios. Al Dios verdadero. Con todo lo que implique a nivel personal. Cambio de ideas, de forma de vida, de amigos, de metas y actividades, un reconocimiento del camino equivocado y de los errores (pecados) de la forma como se ha engañado a otros, de la vileza de tantos actos. Una conversión. Una “metanoia”. 

La segunda es algo así como un maquillaje. Es inventarse a Dios. Inventarse un dios, sí quieren. Un dios hecho a la medida, un dios que no obligue a cambiar de vida, ni a reconocer y reparar errores ni a mirar hacia dentro, un dios que nos deje seguir viviendo como hemos vivido siempre; es decir, un dios que no nos cambie sino que solo nos salve. Un dios que se nos acomode, que se acomode a a nuestra forma de ser y de vivir equivocada, Así, en lugar de tener que “amoldarnos a Dios”, es decir “convertirnos”, hacemos que nuestra “nueva” idea de dios se amolde a nosotros y nos de algo de seguridad de cara a lo trascendente, a la eternidad, a la muerte. Construimos un dios a nuestra manera, quizás tomando elementos de un lado y de otro: un poco de budismo, un poco de existencialismo, algo de marxismo y por supuesto, suficiente cristianismo como para, en caso de necesidad, poder ir a misa. Y así la parodia queda completa. Nadie se va a dar cuenta. Basta con un dios personal. Un Jesucristo a mi manera. Me tiene que perdonar, decía alguien hace días. Claro. Ese dios hecho a la manera de cada uno no solo perdona todo (el Dios verdadero también) sino que no implica reconocimiento, cambio, ni conversión. Y la persona cree y afirma entonces “creer”en dios. 

Solo hay un problema: ese dios de mentiritas ni salva ni libera. No libera de las esclavitudes de este mundo ni salva de la muerte. Ese dios es inocuo porque es un invento, una falsedad. Es solo otro engaño en una vida hecha de múltiples engaños.

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