Sígueme que Voy a Ninguna Parte


Lo que podríamos llamar la más grande herejía viva y presente dentro de la Iglesia quizás sea esa forma de ver y vivir la realidad y la Fe en la cual las verdades se asumen, no como la revelación de la realidad oculta a los ojos del hombre y de la sociedad, sino como lo contrario: una serie de tenues profesiones que no rigen la vida de los hombres sino que por el contrario los adormecen con la idea de que todo está bien, de que de una u otra forma y a pesar de claras señales en contrario, el hombre y el mundo se dirigen hacia su destino eterno, y que esa forma de vida de los cristianos, que no difiere ni se distingue de la forma de ser y de vivir de los no cristianos, es la correcta, está bien, es el camino de la verdad. Llamar a lo negro blanco y a lo blanco negro. Negar la realidad para obtener beneficios.
Son los intereses mundanos de distinto orden los que convierten a los pastores no en liberadores, no en verdaderos representantes de Cristo, sino en seres sometidos al mundo, guardianes ahora de los valores del mundo en su incapacidad de penetrar las sombras que los rodean y guiar a la Iglesia hacia el despertar en el encuentro con la verdad de lo que ocurre en el universo. Han torcido el sentido de la verdad revelada y en lugar de despertar, a través de ella, de este sueño eterno y terrible, duermen más profundamente, arrullados por la sensación de conocer una verdad que día a día se les escapa en su sentido verdadero y que termina siendo usada para hundirlos más hondo en la nada de su sueño mortal.
Y sin embargo, y a pesar de sus pastores, la Iglesia ha sido y es preservada en su integridad y fuera de ella no es posible encontrar el camino de la salvación, por difícil que sea comprender esto. La validez de la Iglesia como cuerpo de Cristo, como cuerpo que guía, salva y comunica la vida del Espíritu, no depende ni puede depender de la integridad ni de sus pastores y ministros ni del pueblo que la compone. Los sacramentos, en especial la Eucaristía, el magisterio propio, la guía de la dirección teológica, moral y disciplinar, la guarda de la revelación permanecen vivas dentro de la Iglesia a pesar de los periodos de alejamiento, de adormecimiento, o de su uso como ritos mágicos tan comunes en su historia. Aún así toda la fuerza salvífica y reveladora de la Iglesia permanece aún si sus pastores y su pueblo abandonan la visión de la verdad, se pierdan en los entresijos de este oscuro sueño que llamamos mundo, y terminen fingiendo aquello que no conocen, bien sea por preservar posiciones y privilegios en el mundo, bien sea por asegurarse en esos gestos de bondad y piedad, tantas veces vacíos y fingidos, una salvación que ya no comprenden y que probablemente no alcancen.

Herza Barzatt 

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